Lo Esencial; Alfonso Guillén Zelaya
Lo Esencial
| 
Lo Esencial 
Lo
  esencial no está en ser poeta, ni artista,
  ni filósofo. 
Lo esencial es que cada uno tenga la
   dignidad de su trabajo, la conciencia de su trabajo el orgullo de hacer
  las cosas bien, el entusiasmo de sentirse satisfecho de querer lo suyo. 
Es la sana recompensa de los fuertes, de los que
  tienen el corazón robusto y el espíritu límpido. 
Dentro de los sagrados números de la naturaleza,
  ninguna labor bien hecha vale menos, ninguna vale más.   Todos somos algo necesario y valioso en la
  marcha del mundo. 
El que construye la torre y el que construye la
  cabaña, el que teje los mantos imperiales y el que cose el traje humilde del
  obrero, el que fabrica las sandalias de seda imponderables y el que teje la
  ruda suela que defiende en la heredad el pie del trabajador. 
Todos somos algo, representamos algo, hacemos
  vivir algo.  En la siembra del grano
  que sustenta nuestro cuerpo vale tanto como el que siembra la semilla que
  nutre nuestro espíritu, como que en ambas labores hay envuelto algo trascendental
  noble y humano: dilatar la vida. 
Tallar una estatua, pulir una joya, aprisionar un
  ritmo, animar un lienzo son cosas admirables, hacer fecunda la heredad
  estéril y poblarla de florestas y manantiales, tener un hijo 
  inteligente y bello y luego pulirle y amarle; enseñarle a desnudarse el
  corazón y a vivir a tono con la armonía del mundo, esas son cosas eternas. 
Nadie se avergüence de su labor, nadie repudie su
  obra, si en ella ha puesto el afecto diligente y el entusiasmo fecundo.  Nadie envidie a nadie, que ninguno podrá
  regalarle el don ajeno, ni restarle el propio.  La envidia es una carcoma de las maderas
  podridas, nunca de los árboles lozanos. 
  Ensanche y eleve cada uno lo suyo, defiéndase y escúdese contra toda
  mala tentación. 
Que si en la palabra religiosa de Dios nos da el
  pan nuestro de cada día, en la satisfacción del esfuerzo legitimo nos brinda
  la actividad y el sosiego.  Lo triste,
  lo malo, lo dañino es el  enjuto del alma, el que lo niega todo, el
  incapaz de admirar y de querer. Lo nocivo es el necio, el inmodesto, el que
  nunca ha hecho nada y lo censura todo, el que jamás ha sido amado y repudia
  el amor; pero el que trabaja, el que gana su pan y nutre su alegría; el
  justo, el noble, el bueno, para ese sacudirá el porvenir  sus ramajes
  cuajados de flores y rocíos, ya tale montes o cincele poemas. 
Nadie se sienta menos, nadie maldiga a nadie,
  nadie desdeñe a nadie.  La cumbre
  espiritual del hombre ha sido el retornar al abrazo de las cosas humildes.  
Alfonso
  Guillén Zelaya | 
 
 
Comentarios
Publicar un comentario